Hubo una mañana en la que el verde césped se iluminó distinto, como si el potrero supiera que estaba por presenciar una de esas funciones que se cuentan y se vuelven a contar. Ratoes llegaba a la fecha con la ilusión trepada a la tabla y con ese peso dulce-amargo que decía Valdano: “El fútbol es la cosa más importante de las cosas menos importantes”. Y ahí estaban ellos, viviendo lo importante, lo urgente, lo que tiembla en la panza cuando el ascenso está cerca y el miedo también. Enfrente, el siempre difícil FC de Salvatore. Un equipo naranja, serio, comprometido, duro. Un equipo que también juega para ellos, porque como dice Menotti, “a la pelota se la respeta”, y ellos la respetaron desde el primer minuto.

El arranque fue bravo para los punteros. El pelado en el arco del FC, enorme, firme, de esos arqueros que hacen simple lo complejo. Y alrededor de él, un equipo ordenado, intenso, acompañado por la mirada filosa de Vito —el DT de A La Tibia — que observaba como quien mira ajedrez avanzado. De pronto, Ratoes se vio 3–1 abajo. Y ahí apareció el fútbol en su estado más puro: el imprevisto, el temblor, la historia escribiéndose a cada toque. Y de ese lado también brillaba talento: volvió el profe Decastelli, el que mejora cada ataque con un toque fino, casi académico; el Rama Aira Pace, un lírico del caos, veloz, invento constante; y la aparición estelar de Thiago Bidigaray, que viene de TikTok pero juega como si viniera de otro planeta. Gol o asistencia, pero algo hace. Siempre.

Y Ratoes, con toda la ansiedad del mundo sobre la espalda, empujaba. “Las piernas pesan cuando el alma duda”, dicen los viejos del fútbol, y se notó: había nervio, había respiraciones aceleradas, había miradas a la mesa de control, al reloj, al cielo, a cualquier lado. Jugar por un sueño es hermoso, pero desgasta. Igual, Ratoes empujó. Lo igualó. Se desordenó. Volvió a empujar. El partido se rompió en mil pedazos hermosos y ahí nació un partidazo que quedará como uno de los mejores del año.

Llegó el 5–5 y, con él, el momento que sólo el fútbol puede ofrecer: faltando tres minutos, sexta falta de Un Equipo. Silencio. Tensión. Miradas cruzadas. Todo el mundo colgado del alambrado. “En esos instantes se juega más contra uno mismo que contra el rival”, dijo un día Bilardo. Y así fue. Ratoes tuvo el tiro para quedar 6–5 y acariciar el sueño. Ejecutaron. Afuera. El corazón en la boca. Un minuto después, otra infracción. Otra sexta. Otro tiro. Otra definición del alma. Y el Pelado — dice “pateá que termina”. Y lo ataja. Lo ataja para cerrar una tarde que parecía escrita por un guionista futbolero con ganas de que todos sufran un poquito pero se vayan orgullosos. Final. 5 a 5. Aplausos. Respiraciones largas. Y una sensación hermosa de haber vivido algo imposible de reproducir.

Lo del FC fue increíble: orden, sacrificio, talento, un pelado atajando como en sus mejores días, Decastelli haciendo la diferencia cada vez que la toca, Rama inventando lo que nadie piensa y Bidi levantando al público con cada gambeta. Un equipo que no pelea campeonato, pero pelea algo más lindo: el respeto del fútbol amateur, ese que ellos se ganaron.

Y lo de Ratoes fue una clase emocional. “El fútbol es estado de ánimo”, dijo Angelito Labruna, y pocas veces una frase calzó tanto: jugaron con la presión al hombro, la ilusión en la cabeza y la ansiedad en los pies. Les tembló el pulso, sí. Fallaron en la última estocada, sí. Pero también remontaron un 1–3, dieron la cara, jugaron al límite, estuvieron a una pelota de ganar. Eso también es carácter. Eso también es competir. Eso también construye a un equipo que quiere ascender y está aprendiendo a cargar la mochila de los que sueñan en serio.

Y así fue el empate. Épico, vibrante, emotivo, ruidoso, hermoso.
Un 5–5 que no se olvida.
Un regalo para todos los que estuvieron ahí.
Y otra prueba de que en el fútbol amateur, cuando se juega con el alma, todos ganan algo aunque nadie se lleve los tres puntos.