A La Tibia es, quizás, la mejor prueba de que un equipo puede forjar su carácter en las malas. Hace un año estaban reemplazando a un equipo de la B y apenas ganaron un partido de ocho. Descendieron a la C y arrancaron la Apertura 2025 con ilusión… pero esa ilusión duró poco: tres triunfos en catorce fechas, convocatoria caída, jugadores desanimados y un ambiente espeso que parecía empujar al equipo hacia la disolución. Víctor Ríghes y Rami Dimitroff hacían equilibrio para juntar gente y evitar que el proyecto se apagara.

Ese era el escenario: un final de Apertura caótico y un equipo tocado.
Y ahí asoma la Copa de Delegno, la copa de los últimos, el torneo que se juega cuando la autoestima está en hora roja. Parecía un trámite más… hasta que apareció él: Lauti Viz, la bestia del gol. Su llegada fue como enchufarle corriente a un cable pelado. De golpe el equipo tuvo energía, tuvo gol, tuvo fe. Y pasó lo impensado: A La Tibia, desde la C, se quedó con la Copa Delegno, siendo el único campeón que no pertenecía a la Primera A. Nada mal para un equipo que venía tambaleando.

Ese envión fue la semilla del Clausura. A La Tibia arrancó en la C como campeón de copa y, por primera vez en mucho tiempo, parecía candidato. Pero la fecha 1 les pegó una trompada en la nariz: caída dura ante Sudacas. Ilusión al bolsillo, dudas otra vez. ¿Fue un golpe de realidad… o un llamado al despertar?

La respuesta llegó rápido. Segunda fecha, contra Ratoes, el rival directo en la pelea: 5-2 para A La Tibia. Esa fue la señal de que algo nuevo estaba creciendo. Desde ahí, entre altibajos y levantadas, el equipo empujó, corrió, luchó y se sostuvo.

Hubo figuras que cimentaron el camino.
Tommy Piedracueva, que se perdió las últimas fechas pero jugó la final infiltrado.
El arquero histórico, uno de los jugadores con más partidos en el club.
Y Nico Soldado Luna, que se puso los guantes en el partido definitorio como tantas otras veces que se inmoló por la casaca. Un auténtico estandarte de la Tibia.

También está el Loco Bietti, explosivo, potente, eléctrico, peligroso para cualquiera que se cruce de frente.
El guerrillero Matías Galera, el 32, zurdazo al ángulo en una remontada que quedó tatuada en el torneo.
Junior Aguilar, el líbero que se ganó la 10 desde atrás, ordenando el equipo como si hubiese nacido con la cinta puesta.

Y claro, el DT: Vitor Ríghes. Un director de orquesta que, en el tramo final, mostró lo mejor de su oficio. Hizo obra y arte. Lo que gestionó, lo que sostuvo, lo que convenció… fue clave para que este equipo encontrara su mejor versión.

Hubo manos amigas también:
Brandoni siempre firme, Thiago Ávalos apareciendo en la foto final, la incorporación de Fede Miccige sumando jerarquía, y un diamante llamado Santi Mangi. No llega a los 18 y en la final jugó como si tuviera 30. Denle tiempo: todo indica que en 2026 será una de las figuras del verde césped.

Y en el fondo del cuadro, los hermanos Gelpi y tantos otros que acompañaron, sostuvieron y creyeron incluso cuando costaba creer.

Este año de A La Tibia fue una montaña rusa. Arrancaron en el precipicio. Se agarraron fuerte. No se cayeron. Pelearon. Subieron. Y cerraron el 2025 en la cima.

Ahora les toca la B.
Será un nuevo amanecer. Y esta vez no arrancan en la oscuridad, sino con la luz de un campeón.