El duelo entre Richerdi y La Masía tenía un trasfondo que iba más allá de los puntos: era un partido que empezaba a cerrar historias, a ordenar sensaciones y a dejar marcada la hoja para el 2026. Richerdi, con el resultado de Asado Grup confirmado, ya había logrado la permanencia; para un equipo que venía de descender de la máxima categoría y que en los papeles parecía candidato natural a ganar la B, ese simple hecho ya significaba una mezcla extraña de alivio, reflexión y un poco de bronca. Como decía Simeone, “el esfuerzo no se negocia”, y en este equipo el esfuerzo sobró, pero la regularidad nunca apareció. Rotaron de más, perdieron a su arquero, Cirilo pasó más tiempo en camilla que en la cancha, Agustín Pérez jugó cinco de treinta y pico, también por lesión, el Zanga llegó sobre el final, los parches fueron la constante. Y aun así, aun así, cuando parecía que se les escapaba el año, apareció esa cantera gigante que tienen, ese semillero que empuja desde atrás y que mostró que hay madera, que hay talento, que hay jugadores que acompañan a esa mesa chica histórica de Vuga, Cirilo, Guida, Tesone y compañía. Como dice Valdano, “el fútbol es un estado de ánimo”, y Richerdi, golpeado todo el año, empezó a recuperarlo recién ahora, cuando ya no quedaba tiempo. Pero lo recuperó, y ese ánimo que volvieron a creer será determinante para un 2026 que los puede encontrar con Zanga desde el arranque, con Cirilo sano, con Pérez en plenitud y con un plantel que aprendió a sobrevivir a todas las tormentas. Perdieron 8–4, sí, pero se van con la sensación de que lo mejor está por venir.

Del otro lado apareció La Masía de Lucho Ferro, un equipo que subió como cuarto en la C y que, en la teoría, debía venir a sufrir la categoría. Porque en la C, si no salís entre los primeros puestos, la estadística dice que la B te traga. Pero este equipo es la prueba viviente de que el fútbol es un deporte de excepciones, y que cuando tenés un conductor iluminado, las reglas se rompen. Lucho Ferro es un animal del verde césped, cerebral, técnico, vistoso, inteligente: está jugando en las tres categorías y hoy es titular en Jogo Bonito, en la A, por mérito puro, por haber ido a ver rivales, por meterse en la conversación, por ganarse el lugar en silencio. Como decía Guardiola, “el talento gana partidos, la inteligencia gana campeonatos”, y Ferro tiene las dos cosas. Y cuando vos tenés un 10 así, tu nueve crece: por eso Tomi Becerra está puntero en la tabla de rompe redes con 21 goles en 14 fechas, muchos nacidos en los pies del capitán. A eso se suman los operarios del fútbol: Lucas Machado, un soldado que juega de todo; Zarlenga cuando aparece; Mati Santachita, rey de los reflejos, clave en la levantada; los Mati Acosta, los Villa, los Perano y todos los players que Ferro fue arrimando. Por eso La Masía se transformó en un equipo versátil, adaptable, con variantes y con fuego en todos los sectores.

Y así se explica este 8–4, un resultado grande, ruidoso, llamativo, pero que al mismo tiempo deja una enseñanza para ambos. Como dijo Bielsa, “cuando se gana, se gana; y cuando se pierde, se aprende”. Richerdi perdió pero aprendió quiénes son, dónde fallaron y qué deben cuidar para volver a ser protagonistas. La Masía ganó, goleó y confirmó que no llegó a la B para ver qué pasaba: llegó para quedarse, competir, molestar y meterse en las primeras planas.