Hay días en que el fútbol se convierte en un espejo extraño: el campeón pierde por primera vez, el necesitado se vuelve gigante, y el que venía tranquilo descubre que el césped siempre tiene memoria y siempre tiene hambre. Así llegó el Dream Team al predio: campeón dos fechas antes, paseando esa tranquilidad que da haber hecho todo bien, haberse ganado el respeto de la categoría y haber escrito un torneo casi perfecto. Casi. Porque faltaba esta página impredecible.

Enfrente estaban los Guerreros Z, y “guerreros” les quedó chico. Llegaron con la urgencia del que necesita ganar para seguir soñando con la vuelta a Primera. La necesidad, decía Bilardo, “te hace correr un metro más, tirarte con una mano más, creer cuando nadie cree”. Y así fue. El que más lo necesitaba, ganó. Pero ganó con una contundencia que nadie veía venir: 7–1. Sí, al campeón. A un equipo que hacía un montón, pero un montón de fechas (16), no sabía lo que era perder.

El partido arrancó parejo, como si el Dream siguiera sosteniendo la lógica del año: orden, fortaleza, calidad repartida en todas las líneas. Pero los Guerreros estaban jugando otra cosa. Estaban jugando por un sueño. Por un ascenso. Por una temporada entera que se define en detalles. Y el detalle que rompió el partido no fue un gol. Fue un ingreso. El de Manu Fitere.
Manu entró y cambió el aire. Cambió el ritmo. Cambió el destino. Le dio sentido a esa mitad de cancha en la que los Guerreros estaban peleados con la pelota. Con su entrada se abrió el juego, se ordenaron los pases, se agrandaron las intenciones y se achicaron los miedos. Manu clavó dos pepas y, sin embargo, eso ni siquiera fue lo más importante: lo importante fue que destrabó el fútbol. Como esos revulsivos que entran y hacen que todo lo que parecía difícil de pronto fluya. A partir de ahí, el conjunto de Ezequiel González se transformó en una avalancha.

L. Viz, que cuando huele un partido decisivo se vuelve un animal de área, metió tres pepas. Tres. De esas que te levantan, te ordenan, te convencen. Pepo Cermelli sumó dos, con la calma de los que saben encontrar su momento y ejecutarlo. Y todo eso construido sobre un trabajo colectivo donde cada uno entendió que era hoy. Que era ahora. Que era el último tren.

El Dream Team quedó sorprendido, sobrepasado por la intensidad rival, por ese fuego competitivo que a veces solo aparece cuando la tabla aprieta el cuello. Este 7–1 fue sorpresivo, sí, pero también fue futbolísticamente justo: lo ganó el que jugó como si la vida dependiera de esos 40 minutos.

Y lástima, lástima esa parte final en la que viejos trapos, viejas discusiones y viejos vicios del fútbol de barrio quisieron asomar la cabeza y arruinar la postal. No pasó a mayores, por suerte. Pero siempre vale recordarlo: esto es fútbol amateur. Y en el amateurismo, el verdadero triunfo es volver a casa contento. No hay justicia personal, no hay cuentas pendientes, no hay héroes ni villanos. Se viene a jugar, a respetar, a disfrutar. A compartir algo que, como sabemos, no dura para siempre.

Guerreros Z 7 – Dream Team 1. Una historia inesperada, contundente, futbolera. Una tarde donde el campeón cayó y el necesitado se volvió coloso. Porque así es el verde césped: te da, te quita, te sorprende, te enseña. Y siempre, siempre, te pide que respetes el juego.