Hay partidos que no se juegan: se sobreviven. Y en la máxima categoría del verde césped, cuando la permanencia está en juego, cada pelota pesa como un ladrillo mojado. Nolimpio y Parroquia se cruzaron en uno de esos duelos que dejan marcas, donde como dijo alguna vez Riquelme, “el que está más tranquilo juega mejor”, pero la tranquilidad es un lujo que acá nadie podía pagar. Nolimpio sabía que con el empate le alcanzaba; Parroquia estaba obligada a ganar para conseguir ventaja deportiva. Final por la vida. Final por seguir siendo de Primera A. Final por no soltar un año entero de sacrificio, quilombos, ilusiones, golpes, resurrecciones.

Y la historia empezó la noche anterior, cuando Nolimpio se sentó frente a la planilla, la miró fijo y sintió cómo se le derretía el cerebro. Era el dilema del siglo: ¿quién va al arco? ¿Renzo, que les había dado solidez? ¿El pibe Domini, que había tapado bochas decisivas el día que menos se esperaba? Eligieron creer en lo que sentían. Eligieron convicción antes que dudas. “En el fútbol no se gana con la historia: se gana con decisiones”, decía Bianchi. Y la decisión fue Bauti Domini al arco. Y ahí empezó a torcerse la historia.

Porque Domini estuvo enorme. De esos arqueros que no solo atajan: transmiten. Atajó tres, cuatro pelotas que valían un campeonato. Atajó como si tuviera un imán en cada guante. Atajó como si entendiera que había compañeros jugando con el corazón en la boca. Atajó como si supiera que esa tarde había que ser héroe. El tapabocas Domini, animal del verde césped, soldado que enseña que el amateur también tiene sus épicas, sus leyendas, sus hombres decisivos en el instante justo. Con él bajo los tres palos, Nolimpio respiró. Y con esa respiración vinieron los goles.

Renzo volvió a ser Renzo, clavando su pepa. Nacho Granella aportando la suya como siempre hace, cuando la soga aprieta y el alma pide valentía. Comersi, que tuvo buenas y malas, pero fue protagonista, importante, influyente. Suma —que no conoce la palabra “intrascendente”— también dijo presente. Y ese grupo de soldados que se fue consolidando en el clausura, esos jugadores que eligieron competir cuando era más fácil bajar los brazos, tejieron una tarde histórica. Nolimpio ganó 5–3, ganó la permanencia, ganó el derecho a seguir soñando en la A, donde todo puede pasar. Porque esa es la A: donde Allax fue campeón en la apertura y después tuvo que mirar el descenso de reojo; donde Cronos casi lo pelea después de un año difícil; donde los mismos nombres cambian realidades según el viento emocional. “El fútbol es un estado de ánimo”, decía Ángel Cappa. Y la A es exactamente eso, multiplicado por diez.

Parroquia, por su parte, jugó un año de película. Ilusión al comienzo, golpes después, levantadas heroicas, recaídas dolorosas. Otra vez ilusión, otro golpe más. Un año a tono con la vida: subidas y bajadas, momentos de belleza pura y otros en los que todo duele. Pero siempre estuvieron. Siempre volvieron. Siempre buscaron. Y lo que dejaron más claro que nunca es que tienen un plantel larguísimo, de esos que si mañana ganan, vuelven a caer 45 jugadores a la convocatoria con el mismo amor por la camiseta. Parroquia es eso: un corazón golpeado pero enorme, lleno de fe, lleno de convicción, lleno de gente que no se rinde. Y ojalá en 2026 vuelvan a encontrar ese equilibrio entre ilusión y resultados que este año les negó tantas veces.

Así terminó este partido que no fue partido: fue batalla emocional. Nolimpio 5, Parroquia 3. Una final por la permanencia en la que uno festeja, el otro sufre, pero ambos dejan claro que en el amateur se juega con el alma. Y cuando se juega con el alma —aunque duela— siempre vale la pena.